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La Plaza Botero: arte, espacio público y tranformación social

Por Matías Orduz - 20 de marzo, 2023

“Plan choque”: un afán, un relámpago, una sensación de desespero apaciguada por una decisión impredecible. Así se ha comprendido la estrategia de seguridad implementada en la Plaza Botero por la Alcaldía de Medellín, en coalición con la Policía Metropolitana y la Gerencia Centro, que buscaba “recuperar” y “devolverle la plaza a los ciudadanos” implantando límites físicos e imaginarios en el espacio público. Cerrando la manzana de la Plaza hasta el límite de Bolívar con Carabobo con vallas de la Policía y puertas con requisas obligatorias, se pretendía controlar la cantidad y calidad de personas que cruzaban desde la Veracruz hasta las gordas de Botero, para así proteger el sitio “más turístico de la ciudad”, “el corazón cultural de Medellín”. Como era de esperarse, la decisión causó una reacción de disgusto en cadena dentro del sector cultural y social de la ciudad, además afectó de manera negativa a las poblaciones que convergen en el espacio, especialmente a los vendedores ambulantes, las tinteras y las trabajadoras sexuales, 

 

Fernando Botero, al enterarse de la situación, envió una carta desde Mónaco dirigida a Maria del Rosario Escobar, directora del Museo de Antioquia, en la cual expresó su preocupación por el porvenir de la Plaza luego de su cierre: “La Plaza es un espacio artístico del Museo de Antioquia y de Medellín, así se concibió y bajo ese concepto hice la donación. Que la ciudad transite libremente, así debe estar”, exigió. El 10 de febrero se realizó una rueda de prensa pública en las puertas del Museo convocada por la Alianza Cultural por el Centro, donde participaron representantes del Museo de Antioquia y el Palacio de la Cultura, organizaciones como Putamente Poderosas, Asotintos, Everyday Homeless, Ciudad en Movimiento, Bien Humano, El Derecho a No Obedecer, Universo Centro, Petra, Corporación Región, representantes de la academia y la intelectualidad, de las trabajadoras sexuales, población trans, habitantes de calle, venteros ambulantes y del gremio de los artesanos. Se le dio respuesta a la cuestión de por qué encuentran en esta medida un proceder errático y excluyente:  

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“Medellín se queda en las formas pero no aborda los problemas estructurales”, “Están deshumanizando todo y se olvidan de todas las vidas que están vulnerando por intereses electorales”, “Si un cerco fuera la solución al problema, ¿cuántos habría que hacer en esta ciudad?”. 

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Del encuentro se concluyó que: “por esta realidad inevitable, se puede argumentar con solvencia que esta medida no fue consultada con toda la ciudadanía, como afirma la Alcaldía.” (Fuente: Boletín de prensa Caminá Pal Centro)

 

¿Por qué es importante, entonces, intervenir en el espacio público teniendo en cuenta a la ciudadanía? ¿Qué representa la Plaza Botero para la ciudad y qué se pierde al tener la plaza cerrada? ¿Por qué la cultura y el arte libre deberían tener protagonismo en los procesos de transformación social?

 

Revisemos la historia:

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El arte y la cultura para el desarrollo y la transformación social:

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“La ciencia, el arte y la religión son las máximas creaciones del hombre, y se pueden representar o sustituir mutuamente en cuanto al valor para la vida” Sigmund Freud

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El arte puede ser interpretado de diferentes maneras, dependiendo del fin con el que se dé el acercamiento a él: para encontrar sentido, para evadir el dolor, para crear memoria.  Desde las primeras vicisitudes de la especie, la sensibilidad humana ha sido plasmada en piezas artísticas, desde pinturas rupestres en la prehistoria hasta las complejas esculturas de Miguel Ángel en el Renacimiento; es una expresión que saca al individuo de sus cuestionamientos temporales, dándole la oportunidad de plasmar sus sentimientos, pensamientos, deseos y sensaciones a través de diferentes formatos (Muñoz. Castaño, 2013). 

 

El ser humano expresó su cotidianidad nómada en las paredes de las cuevas, dejando una marca en el tiempo y en el territorio que visitaba, creando presencia. Luego, cuando se dieron los primeros asentamientos, los humanos complejizaron su forma de habitar el mundo creando jerarquías, creencias y procesos de cuidado de los territorios y producción de alimentos. Surgen las artesanías y demás elementos que plasman el funcionamiento de las sociedades, hoy en día consideradas piezas artísticas que guardan memoria histórica. Con la llegada de las nuevas civilizaciones, el arte occidental se fue transformando; en la Edad Antigua estaba reflejado en las construcciones dedicadas al culto (como las pirámides y los templos de Egipto), en la Edad Clásica se dedicó a retratar la belleza humana de una manera idealizada (Grecia), a partir de la Edad Media se dedicó a rendirle homenaje a la religión católica/cristiana por medio de la pintura, en la Edad Moderna comenzó el enfoque antropocentrista (trabajos de Leonardo Da Vinci), y en la Edad Contemporánea mutó radicalmente para salirse de los modelos establecidos (nacimiento del cubismo y demás tendencias abstractas). 

 

La forma humana de habitar el espacio siempre se ha manifestado desde el arte; existe una relación simbiótica entre la especie y la materialidad, pues siempre ha necesitado exteriorizar su sentir plastificándolo. Sin embargo, con el cambio de estructuras sociales y figuras de poder, la privatización inundó los campos de la creatividad. La creación de los espacios académicos durante la Edad Media, le cerró las puertas al público, el acceso al arte quedó habilitado solamente para quienes se consideraban “personas letradas”. Sin embargo, cuando se democratizó la cultura, gracias a la oleada de pensamiento humanista y antropocéntrico que soltó la Revolución Francesa, las nuevas políticas instauradas por los gobiernos con el fin de democratizar el arte y las manifestaciones culturales no estaban destinadas a la transformación de las clases medias privilegiadas, sino que tenían como propósito revolucionar la cultura de la clase obrera. El arte y la cultura eran temas de élite, solo las personas estudiadas tenían “acceso” a los espacios donde se practicaba al respecto  (Ottone, 2017). Desde esto se marca un quiebre en la percepción de lo artístico y el público hacia el cual va dirigido, pues el arte es un fenómeno apreciativo, subjetivo y, en su esencia, libre.

 

Además, los derechos dados a la población en temas culturales han estado direccionados, por sobretodo, a la producción y objetivización del arte como un elemento del mercado. Entonces, además de desarrollarse en un único círculo privilegiado de la población por temas de estatus social e ideológico, lo económico comenzó a ser un factor al igual  (Ottone, 2017). Esta es otra de las razones por las cuales la democratización de la cultura y el arte es un hecho revolucionario y transformador, pues es la población rechazada por la élite a principios de la concepción de los estándares artísticos la cual se benefició de una manera diferente. El arte se diversificó, se acercó al coloquio del día a día y empezó a plasmar diferentes realidades; la democratización del arte implicó una construcción de un mapa del territorio en las ciudades donde todas las personas cabían.

“La complejidad de los sistemas epistemológicos que explican la realidad y la velocidad de la experiencia contemporánea no facilitan que el ser humano encuentre respuestas que necesita para tener una existencia digna y feliz. La explotación irracional de la naturaleza, las guerras, la desocupación, el hambre, el escepticismo, el individualismo salvaje y la indiferencia dinamitan los cimientos fundamentales del hombre: su propia humanidad. Es por tanto, urgente, generar, promover y difundir políticas culturales dirigidas a la recuperación de la condición del hombre.  Son indispensables las formas culturales que promuevan valores sociales ya que permiten que se activen nuestras formas de desarrollo personal.”

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- Luján Baudino, Licenciada en Historia del Arte y Gestora Cultural. Argentina, 2007

La importancia del espacio público para la sociedad:

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La definición de “espacio público” está condicionada por el contexto social del territorio en el que se estudie, la época histórica y el uso que se le esté dando. Sus dinámicas se relacionan directamente con la distribución urbanística de las ciudades, más que todo de las clásicas mediterráneas que son las que han influido directamente en la construcción de las colombianas. Por ejemplo, en la Edad Antigua operaban los espacios de “poder disciplinario”: el Ágora de Atenas y el Foro de Roma. Ambos eran utilizados por la ciudadanía (es decir, los hombres libres) para discutir sobre temas importantes y asuntos comunes, eran un punto de encuentro. Algunas ciudades surgieron alrededor de espacios mercantiles, como es el caso de Sabadell, una ciudad española construida en el siglo XII alrededor de un mercado regional que se mantuvo en el medio de la metrópolis hasta 1930. 

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Entre los siglos XV y XVI, en Europa se desarrolló la idea de “espacio público” creando avenidas de paseo, jardines y parques, lugares que durante la Edad Media eran destinados a actividades de producción que pasaron a locus amoenus renacentista, es decir, destinados para el ocio y el placer humano. Los amplios y extensos corredores verdes de Versalles, por ejemplo, entraron en un principio en esta definición, pero después pasaron a ser parte del espacio de poder. A partir de allí, los pensadores higienistas y los reformadores sociales se ocuparon de intervenir en la distribución y planeación de las urbes para que fueran destinadas para algo más que estructuras de control de la población. La constitución de los espacios públicos no solo se trataba de cálculos arquitectónicos, sino de dignidad también, pues se consideran parte del derecho colectivo a la ciudad. (Fuente: El espacio público: espacio social, Vicente Casals, 2022)

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“El origen del espacio público es, probablemente, contemporáneo con el nacimiento de la democracia ateniense y con el de un espacio peculiar, el ágora, antecedente de lo que más tarde será la plaza pública. Un espacio de ciudadanos, donde se trata de los asuntos comunes. Un espacio político.”

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- Vicente Casals, Doctor en Geografía e Historia, 2022.

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Los espacios públicos deben ser analizados históricamente, siendo parte de las ciudades y relacionándose directamente con ellas en esencia. Pero para comprender dicha relación, se debe partir de la definición de “ciudad”, que podría ser descrita como un espacio heterogéneo donde cohabitan diferentes grupos poblacionales con orígenes étnicos diferentes, condiciones sociales variadas y actividades laborales específicas. Las ciudades, para funcionar correctamente, deberían contar con espacios de encuentro y contacto: “tangibles (plazas) o intangibles (imaginarios), que permitan a los diversos reconstruir la unidad en la diversidad (la ciudad) y definir la ciudadanía (democracia). Esos lugares son justamente los espacios públicos.”  (Carrión, s.f). Podría decirse, también, que la misma ciudad está construida como un colectivo de espacios públicos de los cuales se toman partes para privatizarlas con un fin económico o político, la ciudad en sí es (o debería ser) un espacio público.

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La Plaza de Botero en Medellín: donde se mezcla el arte y lo público

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Patrimonio, abandono, cultura e indiferencia.

 

La Plaza fue recibida por una Medellín en crisis, azotada por los rezagos de los grupos paramilitares que poco a poco iban marcando su fin terminando la década de los 90 y un clima de desconfianza ciudadana constante. Liderada por Juan Gómez Martínez, el alcalde de turno (1998-2001), la ciudad estaba preparándose para recibir la donación de las 23 esculturas de bronce del artista, decisión que se aprobó luego de que Botero enviara una carta dirigida a la Alcaldía,  a la Gobernación de Antioquia y al ya extinto Palacio Municipal, recientemente nombrado Museo de Antioquia. Este, bajo la dirección de la periodista y gestora cultural de amplia experiencia, Pilar Velilla, estaba siendo el hogar de algunas de las obras de Fernando Botero, pero la ciudadanía no visitaba mucho el lugar. El artista consideró que una plaza abierta al público donde se expusiera arte era una necesidad para la Medellín de principios de este siglo, y se hizo realidad. Se derrumbaron un par de edificios administrativos y comerciales que habían frente al Museo, se intervino el espacio, se construyeron los pedestales, se decoró con jardines y se trazaron los cruces peatonales. La Plaza de Botero se inauguró en el 2002 como una amplia área de siete mil metros cuadrados de libre habitabilidad. 

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Históricamente, estas cuadras abrazadas por la Avenida de Greiff y la Bolívar, han sido testigos de diferentes realidades que hoy en día siguen transitando el lugar. Aquí conviven sectores de comercio, turismo y cultura: "La Plaza Botero ha sido, desde antes de ser plaza, un espacio de uso y permanencia de muchas personas de la ciudad y de otros lugares. Y ha sido, esa zona, espacio de trabajo de venteros formales e informales, de trabajadoras sexuales, de rebuscadores y, también, de ladrones de toda laya.", afirma Jorge Melguizo, consultor en gestión pública, cultura, convivencia y urbanismo social de Medellín. Este sector se ha caracterizado por ser un lugar de encuentro, ha sacado en alto la definición de público prestando sus espacios para la socialización de los diferentes grupos poblacionales que no solo habitan las cercanías de la zona, sino el resto del Valle e, incluso, del país. Aunque esta diversidad gratificante ha logrado convertirse en un arma de doble filo, pues al haber tantas historias contadas y por contar habitando el sector, la delincuencia ha extendido sus tentáculos hasta las ranuras más escondidas de la plaza. 

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La construcción que se pensó como una oportunidad de trasformación social y espacio de reconciliación, para una Medellín herida por la guerra de bandas criminales y falta de oportunidades, se convirtió en un hueso difícil de roer. Desde algunos meses después de su fundación las problemáticas comenzaron a emerger, y esto, sumado a la imagen estigmatizada que tiene la ciudadanía respecto al Centro, que lo ven como un no lugar, un punto de quiebre entre lo seguro y lo inseguro, el lugar debajo del tapete de las administraciones, dio lugar a la idea de la "recuperación" de la Plaza y las zonas aledañas. La mayoría de los alcaldes que se han postrado en la Alpujarra desde inicios de la década han dirigido proyectos de "recuperación" del espacio público del Centro; de hecho, Ciudad Botero fue el proyecto que acompañó la fundación del espacio de la Plaza: "Juan Gómez Martínez, señaló que, con la donación del maestro y la consecuente reubicación del Museo de Antioquia, se diseñen programas y acciones que, además del insuperable trasfondo cultural, impulsen un nuevo desarrollo turístico y permitan construir ante la opinión externa la imagen de la ciudad." (Fuente: El Tiempo) 

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Recuperar el espacio, recuperar el Centro, recuperar la ciudad. 

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Pero ¿para quién se recupera? 

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Las medidas actuales que inundan la Plaza restringen el paso de transeúntes, excluyen a quienes han sido sus habitantes durante décadas, previenen a quienes la visitan y benefician, fuertemente, a los turistas. Este espacio público se convirtió en un centro de comercio privatizado y vigilado durante las 24 horas del día, que pretende ignorar las problemáticas que hay de fondo y maquillar la realidad de un lugar que, siendo el corazón cultural de la ciudad, padece las consecuencias del abandono estatal, la incomprensión y la historia de Medellín como ciudad caótica.

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